No tengo muy claro como comenzar ésta entrada, asíque seré directo: me encanta viajar en metro. Y no porque el servicio sea rápido, eficaz (no, no voy a discutir eso) y demás piropos. Amo el metro porque es la columna vertebral de este hormiguero de ciudad, y en él puedes darte un baño de masas, y la masa no entiende de estratos. Todo el mundo viaja en metro, y si buscas la diversidad y lo insólito que mueve a los que se dedican a observar, viaja por las entrañas del subsuelo y deléitate.
Pues bien, en semejante tarea me afanaba yo cuando dos viejecitas coquetonas pasaron por delante de mí. Tengo que aclarar que el hecho de que me guste observar no significa que lo que me divierta sea ver como mi tiempo se escapa por la alcantarilla. Significa que me gusta que las cosas que observo me formulen preguntas. Y la que me vino en aquel momento fue ¿Por qué esas viejecitas llevan peluca? es decir ¿pueden llegar a creer esas dos pobres almas que un amasijo de pelos ajenos las hará tener ventaja en la carrera contra el tiempo? Lo que me llevó a preguntarme ¿Por qué nos resignamos tanto a la hora de aceptarnos? Como hay personas dispuestas a ridiculizarse disfrazándose y maquillándose (a muy tembloroso pulso, la verdad) con tal de ser una burda imitación de lo que realmente querrían ser? La respuesta parece fácil: para sentirse mejor consigo mismas. Y caéis. No existe la felicidad ni la realización en pretender ser lo que no se es.
En estas ideas rondaba cuando la curiosidad de mi compañera (que se había cansado de jugar a alterar los roles de las personas que observaba) me pregunto en que pensaba. Sin duda e tardado un buen tiempo en responderla.
Sr Mendiguren para la Comunidad.